TARDE

Un camino lejos de casa, un papel dentro del orificio que conduce a los pulmones, cuidando de no dejar escapar un grito. Sé que los tres llegarán pronto, no los veré, y eso me basta. Éramos solo mujeres dentro de casa antes de la llegada de Esquivo. Con algo de aire recuerdo la casa, y los entierros, Raziel y los helados amarillos. El aire se acaba. Solía contar la historia de ella de vez en cuando, porque no se puede olvidar las costumbres, menos las ilusiones y las preguntas sin respuestas. Era así.

*

Raziel terminaba de contar las hormigas que trabajaban juntas por llevarse el cadáver de una roja cucaracha. Después quedaba por merodear los rincones de la casa esperando encontrar alguna agonizante paloma, una rata empachada o algunas mariposas aplastadas, asesinadas por las manos de Eva. Raziel sabía que Eva detestaba los animales y más los insectos, nunca habíamos tenido mascotas. Raziel pensaba que alguna vez un murciélago la había mordido, y se volvió mala, Eva mala. Pero era inconcebible y casi necesario despertar por la mañana y examinar los cuerpos, algunos ya muertos, otros agonizando, pero no esperábamos hasta que todos murieran, pronto comenzábamos a retirarlos de toda la casa y llevarlos hacia nuestro cementerio, en el jardín de las rosas. Nos bastaba una pala de arena, un palo con punta, y comenzábamos a enterrarlos a todos, armábamos crucesitas de caña, rezábamos el padre nuestro y amén. Mamá llegó una tarde, pelada y sumamente amarilla. El cáncer la devoraba, pero Raziel y yo nos burlábamos de los pocos mechones que aún le quedaban. Interrumpíamos su sueño aislado en un sillón, en el balcón que daba a la calle. Raziel pensaba que era una bruja, Mamá Bruja, era una suerte que para ella era solo Bruja. Nos divertíamos aun así, le poníamos crustáceos terrestres en la cara y despertaba exaltada, nos maldecía y era tiempo de escapar. A veces no había cadáveres que enterrar, así que desenterrábamos los más grandes, gatos, aves, y los examinábamos hasta que Eva nos descubría, entonces era tiempo de salir a la plaza mayor y comer helados en el café Piccolo. Pedíamos helados amarillos, no importaba el sabor. Raziel miraba las cerezas y pensaba que eran dos glóbulos rojos, rojos y enormes, y se mueven, no me los como. Nos gustaba el lugar, nuestro lugar, una mesa blanca con dos sillas rosa. Y ocurrió. Esa tarde Raziel se bañó y se endulzó con perfumes. Logré verla desnuda y ya nuestros cuerpos comenzaban a cambiar. Pero verla así, y tan cerca de mí, con deseos morir junto a ella, incluso tocarla, pero no sabía, qué sentía. Se puso un vestido lila y yo uno azul. Nuestros cuerpos comenzaban a cambiar, nuestros pechos crecían, nuestras caderas redondeaban. Eva decía que nos convertíamos en mujeres, ¿qué es eso? Salimos y caminamos juntas, cruzamos la plaza y divisamos a lo lejos nuestro lugar, invadido por un extraño. Raziel se sonrío, pensó que seríamos tres ahora, pero como tres si éramos dos, éramos dos y no podríamos ser tres.


- Esta es nuestra mesa y queremos helados amarillos


-Lo que quieres tal vez es conocer, en un lugar sin presentimientos, dulce por la caída de la virgen, un tipo que vio en tu sombra la sombra de una reina y se inclinó por ti y echó rosas a tu camino para que pasaras por él. También quiero un helado, amarillo helado.


-Yo también...


Fue la única vez que escuché una voz que no era la de Raziel. Logré ver su vestido lila formando una figura perfecta, su cara era una luna, sus pómulos rosados se dejaban dominar por sus ojos de gato. Ambos se comían, se comían con la mirada, se deseaban, y yo allí, sin ser notada, sin siquiera escuchar la voz de Raziel, ni un ya vete, déjame sola.


**


Se amaban en lugares que no podía imaginar, pero no tan lejos que yo no pudiera escuchar. Raziel no dejó de lado nuestros entierros pero a mí no me daban ganas de hacer crucesitas. Lo hacía sola y lloró cuando tuvo que enterrar al gato pardo de la vecina. Miraba a Eva de reojo y la maldecía, me maldecía, a mí, por no acompañarla también. Eva y Mamá Bruja con peluca esperaban a Esquivo a la hora exacta, listas ambas y Raziel demorándose. Le abrían la puerta y lo embarraban de besos, lo estafaban con postres y café, hasta que bajaba, iluminada Raziel, y se acercaba a él con un beso rojo sobre su mejilla, y él tratando de pasar, excitado por su presencia, las fresas del dulce. Después de recitar algunas líneas de su último poema publicado en la ultima revista literaria les contó que sí, que era difícil sobresalir en este medio, pero que él seguiría allí, hasta que las combinaciones de palabras se acaben o hasta que para ya las palabras pierdan su uso. Y terminaba el discurso con palmas y gritos de las tres mujeres, menos los de Raziel, que de reojo me miraba y me encontraba y en su mirada me hablaba, ven a mi lado, acércate a mí, enterremos un perro ahora y comamos un helado amarillo, pero sin glóbulos rojos. La pareja tenía que salir ahora, y las dos mujeres la despedía desde la entrada, Raziel sonriendo, Esquivo pensando en ella, húmedo triste.


***


Raziel desnuda y con el cabello suelto en un hotel de sábanas asquerosas, aún con sus medias blancas, casi amarillas, llorando la explosión de su sangre. Signos de marcaban en su cuerpo. Esquivo tocándola y reconociendo diminutos bellos, algunas cicatrices, piel, espacio tibios y húmedos. Raziel aferrada a la sabanas, arrancándola a pedazos, como palomas escapando, viendo en el techo la imagen de Bruja bailando sobre al mesa, rubia como se la imaginaba a los quince; Eva junto a ellos, allí, gimiendo sola, sin ganas de matar si quiera a una hormiga; y yo, sí yo, tomando al fin una de sus manos que escapaba de las de Esquivo, mirándome llorosa, diciéndome que esto es una pesadilla, pero estas aquí, que todo terminará en este instante, que se acabará y lloraremos juntas, las dos, abrazadas y por fin desnudas, ambas, y dormiremos juntas y al despertar por la mañana, enterraremos las ultimas víctimas de Eva , haremos juntas las cruces y luego iremos al café Piccolo a comer helados amarillos sin cerezas glóbulos rojos enormes, pero ella negándose todo ahora que esta cerca su llegada, soltando mi mano con asco, diciéndome que nada es cierto, que es lo que tú inventas o quieres creer y no sé por qué. Raziel aferrándose a su poeta ahora, susurrándole al oído la fuerza universal, que derrama sobre su cielo vida y crea un universo. Leche.


****


Las mujeres esperaban ya en la entrada y se tornaron aliviadas al ver llegar a la pareja, preocupadas por que la ciudad es realmente peligrosa y es tarde ya, vamos a dormir. La dos despidiéndose de Esquivo con las manos ahora, y Raziel estampando un beso, ahora amarillo, sobre la mejilla, arañada levemente. Raziel pensado, he dejado lejos mi sangre, sintiendo desde ya un ratoncillo, ahí, dentro de ella, debajo del ombligo.


*****


El café Piccolo no era el mismo de antes, pero de vez en cuando Raziel me invitaba un helado. A sus nueve meses le caía muy bien uno, amarillo y sin cerezas,. Se veía hermosa con su vestido de flores y tan redonda. El café se iba a la quiebra aun así. Los dueños desesperaban a los clientes y estos quejándose, un café frío, una mosca en el pan. Extrañaba la casa y el cementerio. Desde que Mamá Bruja murió, Eva se fue de la casa y los animales invasores fueron incontrolables. Ahora nuestro cementerio estaba destruido, junto con la casa. La vendimos a una constructora y ahora será un edificio comercial, nos pagaron lo necesario para vivir en un departamento, alejados ahora del centro, de la plaza mayor, del Piccolo, pero de vez en cuando regresábamos para recordar el pasado, y callar luego.


******


Noche. Esquivo no llegaba. Ella dormía ahora, con las piernas hinchadas después de caminar por las tiendas en busca de lana. Tejía colores extraños, para varón, para mujer, o para un escarabajo, lo que sea que saldría de dentro de ella. Se me fue haciendo costumbre esperar a su marido, abrirle la puerta, servirle la comida e informarle sobre alguna patada que desde dentro de su mujer evidenciaba la existencia de algo vivo; la costumbre de entrar a su cuarto, sentir su tibia respiración pausada, Raziel durmiendo junto a él, redonda e hinchada. Pero no llegaba, y yo en la ventana. A lo lejos escucho un llanto encerrado y luego el de Raziel, llanto que se convertía en gritos, se rompió la fuente, esa respiración tibia no llega, gritos, pero no llega. Raziel me llamaba, casi ronca, yo tranquila porque al fin llega, le abro la puerta y Raziel que sigue gritando, y el subiendo en un abrir y cerrar de noche, regresando ahora con su mujer que riega sangre a borbotones. Ha manchado las alfombras que tanto cuestan limpiar.


-Te estaba llamando, ella te llamaba, te llamaba, perra, ella te estaba llamando...


Entendí. No solo era un poeta, era un hombre, un hombre enamorado, y ¿qué es el amor? Y ¿alguien puede amarme? Creo que una vez dije “te amo” ¿por qué?


*******


“Me bañaré y me endulzaré con perfumes, me pondré el vestido lila de Raziel, saldré a la calle a cazar enemigos, me los llevaré a la cama hasta hacerlos gemir, luego prepararé la cuna del bebé y cocinare algo para ellos, dejaré tal vez limpia la casa, pero no limpiaré las alfombras manchadas con esa sangre. Leeré un poema de Esquivo y luego dormiré y trataré de soñar... ”


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Ahora, mientras aún me queda aire, los imagino, llegando a casa, la familia nueva, felices todos y el bebé durmiendo, olvidando la pareja el incidente de la noche anterior. Sé que llegaran pronto, no podré verlos y me basta. Mi camino esta emprendido, trataré de no dejar escapar un grito, aun así, si quisiera ya no podría. Siento el papel ya muy dentro, húmedo, y la tinta me sabe a palabras usadas, versos finales de una canción equivocada. Me queda algo de aire e imagino – recóndito deseo – la casa del centro, la plaza mayor, el café y sus helados amarillos con glóbulos rojos enormes; Eva y sus asesinatos; Mamá Bruja pelada con peluca; el cementerio y yo allí, enterrando, pero ya no una víctima más de Eva, sino un bebé, varón, mujer o escarabajo. Hago la última crucesita de caña, rezo un padre nuestro. Amén.


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